VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Este 30 de marzo, la parroquia ha celebrado la Solemne Vigilia Pascual. La primera parte de la Vigilia ha sido un solemne lucernario en el que se ha bendecido el signo de hoy, el cirio pascual. La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipará las tinieblas de nuestro espíritu. La liturgia de la Palabra nos ha presentado los hitos más importantes de la Historia de la Salvación, hasta que en el Aleluya solemne pregonamos la alegría y la certeza de la resurrección de Cristo. La tercera parte de la celebración de hoy se ha dedicado a actualizar nuestro bautismo, para lo que nos hemos preparado en la Cuaresma. Hemos renovado nuestra adhesión a Cristo por la fe, expresada en las promesas bautismales. La bendición del agua de la pila bautismal y la aspersión con ella nos han recordado nuestra muerte al hombre viejo por el bautismo y nuestro nacimiento a la nueva vida en el Señor Resucitado. La liturgia eucarística nos devuelve en el sacramento la presencia gozosa del Señor Jesucristo, nuestra Víctima Pascual.

VIERNES SANTO, LA CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Este viernes 29 de marzo, celebramos el Viernes Santo en la parroquia. La liturgia de la Palabra nos ha mostrado cómo las antiguas profecías mesiánicas se cumplen en la Pasión y muerte de Jesús, que hoy hemos escuchado en la versión de san Juan. Cristo, muerto fuera de las murallas de la ciudad a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos para la pascua judía, es el Cordero expiatorio que ha cargado con el peso de nuestros pecados y así ha sido santificado. La Iglesia brota de su costado abierto por la lanza del soldado, para la salvación de todo el mundo, por quien se pide de modo especial en la oración de los fieles. El signo propio de hoy es la imagen del Crucificado, a quien en la acción litúrgica se venera de manera especial. Hoy no hemos celebrado la eucaristía, pero hemos comulgado con las formas consagradas ayer.

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

Este 28 de marzo, la parroquia celebra el Jueves Santo. Triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Con esta misa, la Iglesia quiere hacernos ver la unidad indisoluble de la eucaristía con la cruz. La eucaristía es el sacramento del sacrificio redentor. La muerte de Jesús en el Calvario se hace cercana y eficaz para nosotros en la celebración de esta eucaristía. Resaltan hoy el amor y la actitud de servicio de Cristo, al entregarse voluntariamente a su pasión por nosotros; lo que se significa hoy especialmente en el rito del lavatorio de los pies. El acto más importante en la liturgia de hoy ha sido participar  en la misa comulgando. La procesión al monumento y la adoración subsiguiente, toda la noche, prolongan en la contemplación lo que se ha celebrado en la misa.

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Este 24 de marzo, hemos celebrado en la parroquia el Domingo de Ramos. La procesión de ramos expresa de manera sensible lo que ha sido nuestro peregrinar de Cuaresma. Es la culminación de la subida con Cristo a Jerusalén para vivir la pascua con Él, que, «reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (2 lectura.). La liturgia de hoy, pues, incluye los dos polos del misterio pascual: rechazo y aceptación, sombra y luz, muerte y vida. De la alegría de la procesión, pasaremos a la contemplación de la Pasión de Cristo en el Evangelio de la misa. Estos dos polos encuentran su expresión más completa y perfecta en el altar de la eucaristía, que, al mismo tiempo que sacrificio, es banquete festivo de los hijos de Dios.

VIA CRUCIS POR LAS CALLES PARROQUIALES

Decenas de personas han participado en el Via Crucis realista que ha tenido lugar, el domingo 17 de marzo, por las calles de la parroquia.

Con la participación de catecúmenos de Comunión y Confirmación, de catequistas, colaboradores y fieles de la parroquia, se ha podido meditar la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. A través de quince estaciones representadas, se ha vivido una catequesis pública con la que se ha perseguido una preparación para la Semana Santa.


ACOMPAÑAMOS A NUESTRO PÁRROCO

Un grupo de feligreses acompañamos a nuestro párroco en el pregón que hizo de la Semana Santa de Cartagena. El pregón tuvo lugar el sábado 17 de febrero en el Auditorio El Batel.

Posteriormente, se realizó una cena en el Club de Oficiales en la que pudimos compartir y saborear las palabras de D. Ferrnando.

¡Enhorabuena D. Fernando!

MENSAJE DE CUARESMA

“JESUS NAZARENO, DANOS TU PAZ”

Querid@s herman@s:

La Iglesia nos convoca, un año más, a vivir intensamente este tiempo de Cuaresma y la próxima Semana Santa, días que culminarán con la Pascua de Resurrección. El gran mensaje de la Pascua es la vida que brota de la Cruz redentora, la esperanza de la eternidad y la paz que nos ofrece Jesús Nazareno, Vivo y Resucitado, en medio de las cruces de nuestra existencia.

Y lo hacemos en el marco de unos momentos muy delicados en nuestro mundo, por la falta de paz social y personal. Estamos inmersos en un mundo convulso; vemos a diario el sufrimiento y el horror de las guerras, la muerte de miles de personas, las injusticias... en definitiva, la falta de paz en el mundo y en nuestras vidas.

Jesús Nazareno vino a traernos la paz. Él quiere que nosotros vivamos y seamos constructores de paz, Él quiere que nos opongamos a las guerras y las injusticias que tanto dañan nuestro mundo. Para conseguirlo, debemos empezar por nuestra paz personal, en las familias y en el trato con los demás, en nuestra parroquia, y aprender a llevar nuestras cruces con Él, ponerlo todo en sus manos. Por eso le pedimos: Jesús Nazareno, danos tu Paz. Su paz no es ausencia de problemas, es confianza y esperanza que brota de la Fe en Él.

Para ello, es necesaria la conversión personal y comunitaria para conseguir entre todos un mundo nuevo donde sea posible la justicia, la paz y el amor. Es necesario un cambio de mentalidad, un cambio de pensamiento, un cambio de actitudes y comportamientos. El tiempo cuaresmal no invita a ese cambio y a conseguir esa deseada paz.

Una verdadera Cuaresma, ha de conducirnos a la Pascua y para conseguirlo hay que recorrer el sendero cuaresmal. Hay que mirar como es nuestra relación con Dios, nuestra relación con los demás y nuestra vida personal. Se nos invita a acrecentar nuestra vida de caridad (limosna), nuestra vida de comunión con Dios (oración) y nuestro esfuerzo personal (ayuno).

Os invito a preparar la Semana Santa recorriendo ese camino cuaresmal, a limpiar vuestro corazón en el sacramento de la reconciliación, a hacer algún sacrificio y ayudar a nuestros hermanos más necesitados. Esa ayuda va destinar esta Cuaresma a Caritas de nuestra Parroquia y a la Misión del Padre Matías en Honduras. Difundamos esta campaña de ayuda: 

Bizum: 04340 Cuenta Parroquia: ES98 2100 6264 6413 0015 2747

Aprovechemos este tiempo de gracia, que estemos bien despiertos, centrados en lo fundamental. Todos los viernes a las 11h. se meditará el Santo Vía Crucis.

Ánimo, no caminamos solos, caminamos con Jesús y con la Santísima Virgen María, en comunión con toda la Iglesia en oración y sacrificio, recorriendo el camino de la Cuaresma que no termina en la Cruz, sino en la Resurrección.

Que tengamos un provechoso camino cuaresmal. Feliz Pascua de Resurrección.

El Señor os colme de bendiciones. Unidos en la oración. Un fraternal abrazo.

Fernando Gutiérrez Reche, párroco.

MENSAJE DEL PAPA PARA CUARESMA

A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.

En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.

Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]

Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.

FRANCISCO