DOMINGO DE RESURRECCIÓN, ¡ALELUYA!

La Resurrección de Jesús es la piedra angular de la fe cristiana: «Si Cristo no hubiera resucitado, sería vana nuestra predicación, sería vana nuestra fe», dice san Pablo (1 Cor 15,14). Esto constituye el anuncio fundamental de la tradición apostólica: «Os transmito lo que a mi vez he recibido, que Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que ha resucitado al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,3-4). La esencia misma de toda su misión apostólica radica en ser testigos de la resurrección (Cfr. Ac 1,21). Anuncian la resurrección de Jesucristo, no porque la conocen de oídas, sino porque han sido testigos y por esto se sienten empujados a hablar por un impulso interno: ¡Ay de ellos si no anuncian el Evangelio! (Cfr. 1Cor 9,16). Estad atentos, porque nos vendrá bien oír esto para salir de nuestras desganas y apatías. El encuentro con Cristo resucitado no se puede callar, hace surgir el anuncio, provoca la evangelización. Por eso, la acción evangelizadora hacia otros arranca siempre de la experiencia personal de la salvación de Jesucristo, vivida por los mismos creyentes en el seno de la comunidad cristiana. El cristiano de hoy debe ser intrépido y valiente, pero también debe ser modesto, dulce, amable en su relación con los otros, sincero para decir a cada uno lo que se le debe decir. Pablo nos da ejemplo de coraje para hablar cuando nos declara que él no se ha acobardado nunca para decir lo que debía (Ac 20,20). El sentido de no acobardarse se entiende así: que nunca ha disimulado, que no ha tenido miedo a los inconvenientes que pueden resultar de hablar con mucha sinceridad.

La Iglesia se reconoce fundada por el Señor Resucitado y no nació por el impulso interior de un movimiento de la época. La Iglesia nace cuando los discípulos de Jesús se reúnen en torno a los testigos que afirman el hecho de la resurrección, movidos por la fuerza del Espíritu Santo. Entre estos testigos destaca Pedro y el grupo de los Doce (Ac 1,21.22; 2,32; 3,15; 5,32; 10,39.42...). Pedro con especial relevancia por el valor particular que da a su testimonio sobre la resurrección (1Cor 15,5). Alrededor de ellos vive la comunidad primitiva, que después de escuchar la Palabra (Ac 2,14-36; 2,41; 4,4...) se hizo bautizar.

Dios, en su infinito amor misericordioso, no ha cesado de enviarnos mensajes de salvación, también lo hace hoy para recordarnos dónde está la fuente de la vida y, sobre todo, la insistente llamada a la conversión, a volver el rostro a Jesucristo Resucitado, vencedor de la muerte. Creer en Jesucristo es un regalo del cielo, esto supone que has elegido el Camino, la Verdad y la Vida, que debes guardar los mandamientos como un primer paso para ser discípulo, para seguirlo e imitarle. En la espiritualidad cristiana se nos invita a «hacerse conforme a Él», que se hizo servidor de todos hasta el don de sí mismo en la cruz. El Papa Benedicto XVI nos urgió a la coherencia y a la firmeza de la fe, a dar testimonio de ella: «Hace falta una confesión clara, valiente y entusiasta de la fe en Jesucristo… En medio de la incertidumbre de este tiempo y de esta sociedad, dad a los hombres la certeza de la fe íntegra de la Iglesia. La claridad y la belleza de la fe católica iluminan, también hoy, la vida de los hombres».

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Excmo. y Rvdmo. Mons. José Manuel Lorca Planes | Obispo Diócesis de Cartagena